8 de diciembre de 2008

Tristeza y sufrimiento o la depresión del iluminado


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Se acercan las fiestas, el fin de año. Cierra un ciclo. Comienza otro. Expectativas. Incertidumbres. Todo junto. Todos juntos. O separados.
Para algunos esa instancia es sinónimo de alegría. Para otros un momento de angustia que desean que pase rápido. Son como cuatro domingos juntos a las cinco de la tarde. O peor.
Reflexión, sentimientos desencontrados. Quiero, no quiero. Puedo. No debo. Desencanto.
Deseos. Perdonar. Agradecer. Dar. Pedir. Actividades postergadas y cumplimientos parciales de lo propuesto el año anterior.

Muchas son las razones que impactan en nuestro balance personal. Entre ellas, los afectos, nuestras relaciones familiares y los motivos laborales que en definitiva nos tienen atados de cuerpo y mente gran parte de nuestros días.
Ellas transitan bajo de un paraguas de felicidad, sinsabores, desesperanzas, angustia, tristeza, incertidumbre y hasta instancias en algunos casos de depresión.

En primer lugar nos tenemos que permitir todo. Inclusive vivenciar esas sensaciones no tan gratas que nos permitirán fluir, destrabarnos y enriquecer como personas, a pesar de su sabor amargo. No somos perfectos.
La experiencia es lo que nos permitirá madurar y corregir los desvíos en los que podemos incurrir con nuestro proyecto de vida. Quizás debamos desaprender y el camino se hace un poco más tedioso, ya que uno tiene que recrear nuevas formulas en la relación del ser con el problema/solución.

Ahora bien, el hecho de luchar con esas sensaciones en momentos donde tenemos un gran desequilibrio emocional y donde se pone en tela de juicio nuestras creencias, lo desafortunado que uno es, la impaciencia, el factor suerte y la falta de fe, solo nos hará aferrarnos al problema firmemente y dilatará aún más nuestra meta que es la superación sin fecha precisas. Y el malestar irá en aumento.
Maestros que lograron la iluminación, nos recuerdan que hay nubes y cielo.
Si nos quedamos anclados en esas densas nubes grises, nos será muy difícil liberarnos de ellas y el viento manejará indefinidamente nuestro destino.

Quienes cambian de actitud, la nube de hoy es el cielo límpido de mañana, fortalecen así su relación con ellos y con el contexto ya que no ofrecen resistencia. Ahorran energía sobre esa relación enviciada del problema que no pueden desactivar y dejan fluir los sucesos para balancearse y hacer foco sobre lo realmente importante. Interpretar los mecanismos del comportamiento humano nos lleva a ser eficientes "mecánicos de primeros auxilios " para nuestras conductas más sutiles.

Como cierre, Cuenta la historia que un discípulo visitó a su maestro zen, quien había alcanzado la iluminación y le pregunto que había conseguido con esa sabiduría.

El maestro dijo: "Antes de estar iluminado solía estar deprimido. Después de haber sido iluminado. seguí deprimido..."

Desconcertante. La depresión no ha variado. Si la actitud del maestro frente a ella. Es por ello que inconcientemente lleva una leve sonrisa en sus labios.

El no se aferra sobre la premisa de "lograr ser felíz cuando la depresión se vaya".

Hay que estar muy atento, sereno y calmo para ser en un estado inicial de felicidad mientras persiste la depresión. Darle la dimensión justa del problema, tomar una distancia apropiada del mismo y ver quienes son los reales actores que intervienen en la organización de ese caso.

Combatirla integramente implica tenerla presente sin perturbarse. Estando en calma. Interpretando el suceso y dándole el peso que corresponde.

La forma de establecer una justa relación con el conflicto es tratarlo en el momento que se hace preciso. No es sencillo. Si es posible. Cuando uno no puede debe pedir ayuda.

Es posible pasar por instancias emocionales críticas, pesares físicos e incluso por sufrimientos emocionales muy profundos y no por ello, desviarnos de nuestro sendero. Si el camino tiene flores y malezas, debemos transitar a un mismo ritmo entre ellas, porque es parte del paisaje. Al igual que nosotros en esa escena.

Siempre que llovió paró. Si en el mundo todo cambia permanentemente, debemos estar despiertos y aspirar a disciplinarnos internamente. El diálogo interior debe ser proactivo y aliviar nuestra pesada mochila que perturba nuestra mente y espíritu.

Son como fantasmas, a los que dándoles mayor atención nos encadenarán sin duda en aquellas nubes que jamás pueden ver el sol.

Problemas siempre pueden aparecer. Dependiendo como los encaremos, mucho de ellos dejarán de serlo en breve por la transitoriedad de otros sucesos a los que no les prestábamos la debida atención. Otros, dejarán de serlo realmente cuando nosotros decidamos empezar a sacarlos de nuestro vocabulario, aliviando su procesión interna.

Si no podemos manejar nuestra tristeza, con introspección y ayuda podremos manejar paulativamente el nuestros pesares. Y el sufrimiento deja de serlo.

La conexión entre el corazón y la mente, puede jugarnos una mala pasada. Si nos acercamos a la quietud interna de nuestro centro, nos alejaremos en calma del frenético accionar del entorno y nuestro infierno.

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